sábado, 3 de julio de 2010

Una batalla que duró tres minutos


“¿Qué pasó Mauro?”, me preguntó un pibito con cara de me robaron el chupetín mientras el sueño colectivo se esfumaba irremediablemente. En la plaza 25 de Mayo ya eran sólo cuatro o cinco los que miraban la imponente pantalla con lágrimas en los ojos.
Sin dramatismos que excedan lo futbolístico, sin suicidios masivos ni ataques de ira, esa era la pregunta que quedó flotando en el aire… ¿qué pasó?
Durante los adrenalínicos días previos al choque de cuartos de final ante Alemania, con matices, siempre estuvo claro que el partido iba a ser muy chivo y que la apuesta al peso ofensivo de las individualidades era riesgoso; la batalla entre dos equipos que meten miedo cuando atacan y cuando defienden (porque en ambos extremos del juego generan peligro de gol) se definía en gran parte con el primer tanto.
Con el partido terminado en goleada puede sonar zonzo mencionarlo, pero no puedo dejar de pensar que si Argentina hacía un gol a los tres minutos del primer tiempo también hubiera terminado con un marcador amplio a favor. No es complicado, es simplemente saber que los equipos pensados para atacar (Alemania también lo es, aunque con más trabajo colectivo que los nuestros) encuentran más espacios cuando se ponen rápido en ventaja y el contraataque se convierte en un arma letal.
Y eso fue lo que pasó, Alemania lo ganó en tres minutos. Más allá del digno esfuerzo de la selección al inicio del segundo tiempo, la ruleta rusa estaba en marcha y el suicidio fue cuestión de tiempo.
La tentación de caerle a Maradona por el planteo poco equilibrado, por los cambios demorados o por la falta de acoplamiento colectivo se agranda con el paso de las horas. Pero sería tan poco honesto como querer esconder que ese mismo equipo sin demasiado trabajo táctico fue el que habíamos comprado, el que nos había hecho creer.
Otamendi mirará millones de veces el video del partido y, aunque nunca lo reconozca, sabrá que él tuvo mucho que ver en el inicio de la debacle. Un comienzo de partido que le quedó grande (que se entienda, en esos primeros minutos pareció superado por la situación) y permitió que el rival desnivele por su sector; rápidamente cometió una falta muy peligrosa y él mismo se encargó de perder la marca de Müller para 0-1.
Después, los germanos pudieron acomodarse mejor en su campo porque las responsabilidades eran ajenas; aprovecharon el golpe y hasta pudieron aumentar en ese comienzo catastrófico y, aunque no lo hicieron, igualmente manejaron el partido a la espera de las oportunidades que la desesperación de los otros con seguridad les facilitaría.
Si me dan a elegir, nombre por nombre sigo convencido de que la selección nacional es superior a su rival de este sábado; el problema es que el fútbol es un deporte de conjunto y no importa si individualmente somos mejores porque en equipo ellos justificaron las diferencias.
Maradona, mal que nos pese, nos convenció de que el golpe por golpe era nuestro camino. Todos los aceptamos, todos nos ilusionamos, todos nos emocionamos como pocas veces en el último tiempo. Y eso fue lo que pasó, que nuestra batalla duró tres minutos, hasta que nos metieron el primer gol; cuando esa primera cachetada nos comenzó a despertar de un sueño en el que todos nos embarcamos para luego terminar de despabilarnos con tres zarandeadas más.
Por ahora no hay mucho más para decir. Sólo felicitar al pibito de la plaza, como a tantos otros, todos creo, porque no renegaron de lo hecho en los partidos anteriores; porque en medio de la tristeza no se olvidaron de que hasta dos horas antes creían en ese equipo. En medio de un verdadero velorio futbolístico, pero sin llantos histéricos.

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